Mazapán

Published by

on

En mitad de la cola, Juan se balancea inquieto rezando por que nadie compre la última caja. Son las seis de un veinticuatro de diciembre, la tienda pronto cerrará y Josito espera sus mazapanes. Con el ojo izquierdo, vigila de soslayo la cajita alargada que alberga cuatro piezas de exquisito mazapán artesanal. Con el derecho, supervisa el pedido de una señora que mima la elección del postre de Nochebuena.

La señora coge el paquete y sale de la tienda dejando a Juan en tercera posición. Bajo la vitrina, la preciada caja luce demasiado con sus figuritas pintadas simulando animales y su cordel rojo cruzado a lo largo y ancho. “No permitiré que se la lleven” piensa, “mi hijo me ha pedido una de esas cajas y la va a tener”. El cliente que va en cabeza recita una lista interminable escrita en un pedazo de papel. Juan siente el impulso de arrancársela de cuajo. La mano del dependiente revolotea como indeseable mosca alrededor de su cajita extrayendo, ahora, un trozo de turrón, ahora, unos alfajores. Los alegres villancicos taladran el cerebro y la paciencia de Juan que, inconscientemente, resopla propinando toquecillos a las baldosas con la suela del zapato. La joven que aguarda delante se gira a medias para lanzarle una mirada curiosa y, al verlo encogerse de hombros, le devuelve un gesto de resignada complicidad: ciertamente, el hombre al que despachan tarda demasiado.

Llegado el turno de la muchacha, le sirven una tarta de trufa con decoración navideña. Tratándose de un encargo, la venta se ejecuta sin demora. Pero, a punto de pagar, la joven decide llevarse también la caja de mazapanes. Un calor agudo inflama el cuerpo de Juan.

—¿Quedan más? —pregunta al dependiente.

—Es la última —corrobora este.

Lejos de inmutarse, la joven hurga en su monedero calculando el montante.

—Disculpe —dice Juan.

La chica vuelve a girarse.

—Mi hijo… —murmura él, señalando la cajita.

No consigue decir más. Un quejido resuena en su garganta y le humedece los ojos. La joven, suspirando, le cede los mazapanes.

Minutos más tarde, Josito se incorpora en la cama al recibir su regalo. Después, bajo la mirada paterna, se duerme abrazado a la cajita de mazapán. Por primera vez, no es mamá quien la trae.

Juan se retira a su dormitorio y, desfallecido, cae sobre la cama deshecha. Extendiendo un brazo, toma de la mesita el retrato de su mujer.

—Qué mal momento para faltarnos —solloza.

FIN

Clarisa de la Vega Gómez

Deja un comentario

Previous Post
Next Post